domingo, 13 de junio de 2010

Las ruinas del reino de Siam


Comienzo estas crónicas viajeras con el relato de mi excursión por las ruinas de Ayutthaya, la antigua capital del reino de Siam, ciudad fundada en 1350 por el rey U-Thong y destruida en 1767 por el ejército birmano (wikipedia). Rescato de mi diario la fecha del evento: miércoles, 22 de julio de 2009. Son las 10 y 20 de la mañana, llego a la estación central tras tomar mi primer tuc-tuc por las calles de Bangkok. ¡Gran experiencia! (Y tanto, creo que aquel fue mi primer y último tuc-tuc, esa especie de motocarro en el que los turistas se juegan la vida por un par de euros). Sigo diciendo: la estación es muy espaciosa y limpia; todo parece funcionar bien aquí. Sin colas, con información rápida y precisa. En dos minutos te dan los horarios, pagas el ticket y te sientas confortablemente a esperar a que llegue el tren (pues sí, así hay que actuar normalmente). Me temo que el mío irá abarrotado, sólo costó 15 baths (ni medio euro), verdaderos precios populares.

Observo la estación central, aquí la imagen del rey y su familia aparecen por todas partes, con una solemnidad que impone respeto. Ayer, en el parque Lumphini, sonó el himno nacional a las 6 en punto de la tarde y todo el mundo, incluidos los corredores y los jugadores de badminton, se quedó quieto tras un golpe de silbato. No me quedó más remedio que plantarme como una estatua emulando mis tiempos del escondite inglés (esto no venía en el diario pero lo añado ahora). Desde el café de la estación paso unos minutos viendo unos videos musicales estilo MTV pero en Thai: en el comienzo de la canción una chica se lamenta desconsoladamente por la pérdida de un amor, pero seguro que todo se arregla más tarde. Vaya, me despisto y me pierdo el final, ya no sabré nunca si hubo final feliz, ¡espero que sí!

El tren no acaba de arrancar, son casi las 12 de la mañana. Por un momento, sentado junto a la ventanilla de este tren medio destartalado, me confronto con la Tailandia real, pobre o al menos modesta, que toma el ferrocarril por apenas 15 baths. Esta experiencia es buena, claro, en la estación me ofrecieron un taxi individual ida y vuelta por 1500 baths, pero prefiero sin duda sufrir retrasos e incomodidades del mundo real que subirme a lomos de una realidad "ad hoc" creada para turistas comodones. ¡Atención, el tren sale! En unas dos horas (tiempo que tarda en recorrer 80 kilómetros aproximadamente) me aguardan las ruinas de la vieja capital, seguro que me dejará impresionado...

Y así fue, aunque no lo recogí inmediatamente en el diario por falta de tiempo. ¡Había tantas maravillas que ver! Por un momento lamenté estar solo en aquel paraje, no tener nadie con quien compartir la contemplación de esos templos medio derruidos por la historia. Ojalá pudiera volver allí y pasar todo el día paseando con la bicicleta que te alquilan pasado el río. Aunque después de los últimos acontecimientos en Bangkok, que han dejado decenas de muertos en las calles, lo veo un poco difícil. En fin, retomo el hilo del relato tal como lo reflejé poco después de finalizar la excursión por la ciudad abandonada.

¡Uf, menuda paliza! En unos minutos llegará el tren que conduce de vuelta a Bangkok. En la estación de Ayutthaya comienza a anochecer, estoy todo sucio, sudado y hambriento, de alguna manera me siento como uno de los muchos perros que vagabundean por la ciudad y pueblos de Tailandia. He de confesar que la excursión a la antigua capital del reino de Siam no la planifiqué lo suficiente, todo parecía fácil sobre el mapa pero al final casi me pierdo. Me entró un ridículo pánico por no encontrar el camino a la estación y metí la bici por caminos de piedra hasta que reventé una rueda. Le tuve que dar una gratificación a la chica que alquilaba las bicis por pura vergüenza. Me hubiera bastado con familiarizarme con el plano de la ciudad, ¡si en realidad no era tan difícil orientarse! Pero tenía tanta prisa por llegar al primero de los templos que no recuperé la calma hasta el final de la excursión. Me pasé el día de una ruina a otra, tratando de asimilar tanta grandeza, tanta historia desconocida por mí hasta hace nada.

Sin exagerar un ápice, lo que queda de la ciudad es sencillamente espectacular, apabullante, único, sublime. Una ciudad abandonada hace dos siglos y otra que crece en la actualidad alrededor de sus ruinas gracias a la fuerza del turismo. No me esperaba algo así. De ciudad desierta no hay nada, la ciudad que se extiende en los mismos bordes de las ruinas parece una réplica de Bangkok en pequeñito. Y en el propio parque arqueológico apenas había turistas, debe de ser que esta época no es la mejor del año o tal vez que la gente prefiere estar siempre en la playa. Ya son casi las 8 de la tarde, el tren avanza rápido camino de bangkok. Por lo menos voy sentado y el trayecto no se hace muy pesado. Espero llegar a tiempo para comer algo en la residencia, con tanta ruina no tuve tiempo de probar bocado al margen de unas patatas fritas que vendían en una peluquería que estaba en frente de uno de los templos. No hace excesivo calor en el vagón gracias a los ventiladores, pero se nota la sensación de bochorno, el ambiente cargado de cansancio ya con el cielo de los alrededores de Bangkok completamente oscuro.

Hoy dibujé con lápices por primera vez en mucho tiempo. Comparado con los rotuladores, tiene la ventaja de no tener que quitar y poner el capuchón cada vez, lo cual es bastante conveniente en espacios reducidos como el espacio de un tren. La verdad es que así ya no me aburro, aunque me agobia un poco este continuo esfuerzo de recrearlo todo, como si la contemplación de las cosas a través del cristal de mis dibujos y anotaciones en cuadernos fuera imprescindible para poder recordar los buenos momentos vividos de una manera especial. Ya que estamos, comentaré que en el vagón había una chica alemana muy bonita: gafas, labios finos, piel un tanto ajada, ojos preciosos. Me dio la impresión de que me miraba alguna vez cuando yo me dedicaba a dibujar la escena del vagón (había un cartel en tailandés e inglés en el que reservaba un asiento a monjes y descapacitados). Sé que nunca la volveré a ver, como en la canción de James Blunt, pero fue bonito compartir esos pequeñas miradas cruzadas, esos momentos de intriga y ambigüedad. Así es la vida y mañana será otro día: piscina, grand palace y si se tercia, masaje en el Wat Pho. ¡A ver que tal sale!

No hay comentarios:

Publicar un comentario